Por Ortelio González Martínez Foto Ortelio González Martínez
Con el esfuerzo como ingrediente principal sazonan las jornadas de trabajo los hombres y mujeres de la miniindustria de la empresa de cultivos varios avileña El Mambí, en Ciego de Ávila.
El visitante no encuentra allí grandes máquinas procesadoras, tampoco técnicas y fórmulas sofisticadas, ni plantillas infladas y, mucho menos, tanques gigantes para almacenar petróleo.
A pura leña de marabú como combustible y con la voluntad de saltar sobre los tropiezos, esta fabriquita, como dicen quienes minimizan las osadías, puso a disposición de la población en el presente año más de medio centenar de toneladas de polvo para diferentes sazonadores y, en términos económicos, producirá valores por encima de los tres millones de pesos con solo 19 trabajadores emplantillados, lo cual habla de su eficiencia.
PERSISTENCIA BIEN SAZONADA
Aunque en los tiempos actuales hay que tener mentalidad económica, solo eso no mueve al colectivo de la pequeña industria, enclavada en el crucero de Quesada, a unos 10 kilómetros al este de la ciudad de Ciego de Ávila, por la Carretera Central.
Al decir de Nelson Cervantes Álvarez, de los administradores que no se cansan, comenzaron con seis personas en la elaboración de las barras de guayaba, después cambiaron a los encurtidos, “pero nos salió mal”, reconoce. Abandonaron esa producción e iniciaron la de pasta de tomate y el sofrito, hasta que incursionaron en las especias secas y llegó el Todo sazón, “la especialidad de nosotros”, afirma Nelson.
Los resultados tienen su antecedente en el esfuerzo mancomunado del colectivo, que laboró sin descanso, no para hacer megaconstrucciones, pero sí para hincar cientos de pilotes de marabú que después cubrieron con nailon en desuso y convirtieron en los llamados catres donde secan las especias, viandas y otros frutos.
Ahora, los improvisados catres están repletos de ajo, una de las materias prima más importante para el sazonador. Daisy López Pérez, Mayda Silva Pérez y Míriam Hernández Vera se encargan de removerla para agilizar el proceso de secado, que durará unos pocos días, de acuerdo con el comportamiento del tiempo.
“No es tan difícil el trabajo con el ajo. Sin embargo, cuando nos toca la cebolla es otra cosa, hasta lloramos por el zumo que desprende, pero no nos amilanamos, pues aquí realizamos multioficio”, asegura Míriam.
Nos encontramos con Miguel Lezcano Vidal, el mejor trabajador del centro. A decir de sus compañeros, este hombre orquesta lo mismo descarga una carreta con tomates tirada por bueyes, que labora en los catres o la mezcladora, donde permanecía en el momento de la visita.
“Esta es mi verdadera función. Soy el encargado de darle el punto a las mezclas para que sean agradables al paladar. Así que si alguna no tiene buen gusto, la culpa es mía”, precisa con palabras autocríticas.
Y como no todo es color de rosa, habla de los tropiezos sufridos, de los cuales siempre se reponen. “Un día elaboramos un producto a base de col y no nos salió bien. Jamás volvimos a hacerlo. Otra vez hicimos un vino exquisito.
Vinieron de Camagüey y lo compraron. No habíamos escrito la fórmula y no nos hemos vuelto a empatar con la verdad a la hora de darle el punto exacto”.
Lo que comenzó como iniciativa para aprovechar las cosechas de El Mambí se ha extendido a otras partes de la provincia. Este año recibieron, por ejemplo, unos 6 000 quintales de boniato que corrían el riesgo de perderse en la empresa Juventud Heroica. “Lo aprovechamos como pienso animal, otras de las líneas de producción”, argumenta Nelson.
“Además de los catres, prosigue, secamos en el suelo los productos de consumo animal, sobre el piso improvisado con palos de marabú y cubierto con nailon. También tenemos otro secador, estilo vara en tierra, para almacenar el plátano, que utilizamos en la elaboración de bananina, alimento muy nutritivo del cual disponemos de cantidades suficientes para el expendio. Todas nuestras producciones están certificadas.”
La razón de ser de estas pequeñas industrias es el aprovechamiento de los alimentos en los picos de cosecha, como sucedió el pasado año con el tomate. Son necesarias, también, ante la ocurrencia de fenómenos naturales o cuando por algún problema en la cadena de distribución los productos quedan en el campo. “Ahí entramos nosotros —dice Nelson— sin ponerle zancadillas a alguien. Es de mucha valía la ayuda de nuestra empresa”.
Lo corrobora las palabras del director de El Mambí, José Rivas Peña, quien acompañó a Granma en el recorrido: “El diseño de la agricultura urbana y suburbana necesita de estas pequeñas industrias, cercanas a las bases productivas. Por su utilidad estamos obligados a apoyarla, como lo hemos hecho hasta ahora con esta, sobre todo, en la comercialización porque ellos piden poco y saben abrirse paso.”
DEL SILENCIO AL FLORECIMIENTO
Silenciadas hasta el momento en el país, las miniindustrias de elaboración de alimentos funcionan con recursos e iniciativas locales.
Tienen la peculiaridad de nacer en instalaciones de poco uso o abandonadas, por lo general en zonas de fácil acceso, al lado de cooperativas agropecuarias, poblados o dentro el perímetro de las entidades estatales.
En Cuba funcionan más de 80, y si como se espera la agricultura urbana y suburbana responden, nadie duda que esas pequeñas instalaciones recibirán mayor cantidad de materia prima y, según los especialistas, pudieran asumir hasta el 30 por ciento de la producción total en el procesamiento de frutas y hortalizas, a lo que se suma el protagonismo que gana en la sustitución de importaciones.
Por lo pronto, esta experiencia comienza a extenderse por la provincia avileña. Nelson y su gente están dispuestos a ayudar, porque la idea es multiplicarlas, para que no se hable más de producciones deterioradas y, mucho menos, perdidas.
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