Por Mariurka Martínez Alemán
En febrero el mundo se convierte en un corazón infinito que se mueve alrededor de cada latido. Tal vez por alguna razón especial tiene menos días y solo cada cuatro años se le incrementa uno, pues quienes padecen de enfermedades cardíacas no resistirían tanto derroche de amor.
Cuenta una leyenda que, allá por el 270 de Nuestra Era el emperador Claudio II prohibió el matrimonio para los soldados de su ejército, con el fin de que estos alcanzaran mayor rendimiento en las batallas. Pero un joven obispo, llamado Valentín, casaba a las parejas en secreto.
Un día sorprendieron al nuncio con las manos en la Biblia, delante de dos enamorados y lo detuvieron para que reconociera su delito públicamente. Mientras estuvo preso y en espera de ser ejecutado, cayó ante las flechas de Cupido.
El obispo se enamoró de la hija ciega de su carcelero. Fue tan intenso el sentimiento que, según narra la historia, hizo el milagro de devolverle la visión a la muchacha. Pero, las leyes de aquellos tiempos no creían en cuentos de hadas y el ejército del Emperador decapitó al joven, justo un 14 de febrero. Antes de morir el sacerdote dejó un mensaje a su amada que terminaba con la frase «de su Valentín».
La noticia propasó fronteras, viajó por mar y tierra hasta que llegó a los montes del Olimpo y los dioses recompensaron tanto aquella pasión que convirtieron al devoto en santo y determinaron la fecha de su ejecución, no solo como el día de San Valentín, sino como el de todos los enamorados del universo entero.
Febrero renace cada año, late con mayor intensidad y no entiende de divisiones, pues las dos mitades de su corazón se unen el 14, en el punto medio del mes y la fuerza con que se abrazan basta para iluminar el amor de 12 meses, en un ciclo interminable.
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